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El Domingo 2 de Mayo de 1880
el pueblo de Sagua La Grande corrió al viejo Teatro Lazcano, situado en la calle Oriente entre Intendente Ramírez y Real Colón
(actualmente conocidas por: Libertadores entre Solís y Colón) para contemplar con gran asombro la extraña rareza que allí
se exhibía.
Desde Estados Unidos había llegado Lucía Zárate Licona “La Mujer
Más Pequeña Del Mundo”con la “Compañía de Frank Uffner” (decían los anuncios por todas partes), con solo
50 centímetros de estatura y unas 4 libras y media de peso; “bastaba una mano normal para que le sirviera de asiento”.
Don Alberto Lazcano, propietario del teatro, tuvo el privilegio de mostrar
el espectáculo antes de que “el rey del circo norteamericano” P.T. Barnum la descubriera, pues en los momentos
que llegó a Sagua Mr. Uffner seguía siendo legalmente su apoderado artístico. Doña Lucía no era una típica enana en el estricto
sentido del término en el que solo las extremidades son muy pequeñas con relación a una cabeza y tronco normales (Acondroplasia),
sino más bien una perfecta mujer con correcta proporción corporal, lo cual la convertía en una “mujercita” (Liliputiense)
y no en una “enana”, caso curioso era que solo su nariz era del tamaño de una mujer normal. Los sagüeros del siglo
19 tuvieron la oportunidad de contemplar esta inusual merced de la naturaleza. Lucía Zarate, nacida en San Carlos, México,
murió a los 26 años, el 27 de febrero de 1990 cuando el tren en que viajaba se atascó en la nieve y su pequeño cuerpo no pudo
resistir el frío.
Fue un caso que asombró al mundo científico de la época, pues nunca se
había observado una proporción tan exacta al cuerpo humano en miniaturas. Por
una cuestión de misterios cromosómicos, aún no resueltos, sus padres Don Fermín Zárate y Doña Tomasa Licona, que vivían en
las Lomas de San Rafael cerca de la barra de Chachalacas, México, engendraron dos criaturas, hembra y macho, con esta “malformación”
para la medicina, pero “buenformación” para el pensador que con ojo de buen artista ve en ellos a la escultura
perfecta, realizada a escala, o para el antropólogo que vería a una nueva raza humana. La ilusión que nos brinda la relatividad
desaparece cuando carecemos de comparación y así sucedía en este humilde hogar donde Lucía y su hermano Manuel tenían todos
los objetos a escala en su cuarto, lo cual eliminaba su condición o “malformación”. Pero, los temores comenzaban
cuando veían a su escala mayor escudriñando cada una de sus partes, aquel carón de ojos abotonados que los miraba con asombro
en el circo.
Durante la infancia la madre notaba que no crecían ni un milímetro con
relación a sus otros 4 que si llevaban un desarrollo normal. Por esto, siempre fueron del mismo tamaño y ella los acomodaba
en dos bolsillos que tenía su delantar para así poder realizar los quehaceres de la casa, y esa bolsa de canguro quedaron
toda la vida, de adultos inclusive por temor a que fuesen aplastados o atacados por cualquier animal.
El General Porfirio Díaz, Presidente de México, convenció a Don Fermín
de que sus hijos no eran motivo de risas o burlas, sino de admiración y asombro, recomendándolo con un alto empresario de
circos y exhibiciones llamado Frank Uffer, y a partir de aquel día comenzó la
fortuna para los Zárates que llegaron a ser muy ricos y compraron una enorme finca de 5 mil hectáreas a los descendientes
del General Don Antonio López de Santa Ana.
Los dos liliputienses gozaban mucho entre las funciones y el vagabundeo
de los carromatos, pero al morir Manuel, quedó muy desolada la pobre Lucía que ya no fue nunca más la misma, aunque siguió
presentándose por petición propia en escenarios americanos e incluso se enamoró de otro pequeño como ella que ya era muy famoso
en el mundo por la misma condición liliputiense, el conocido “General Mite”
que cuando conoció a Lucía, nunca más quizo separar su función de la de ella, cosa que aprovechó muy bien el inescrupulosamente
astuto Mr. Phineas Taylor Barnum (el rey de los circos americanos) para ponerlos a jugar cartas en una gran urna de cristal
donde los asombrados visitantes no podían creer lo que veían. Aquellas dos insólitas minicriaturas tomaban te, conversaban,
reían, hojeaban revistas y saludaban al públicos de vez en cuando.
Constituyéndose esta en la mejor atracción del circo, Barnum duplica
la fortuna de los Zárate para asegurarse de no perder esa joyita natural, le permitió tener a su familia y a un verdadero
batallón de sirvientes, ayudantes, una cocinera especial, y una traductora, entre otras comodidades, y Lucía vivía como reina
dentro del circo, pero al morir Mite, el empresario la saca de la cúpula para que la gente pudiera tocarla y comprobar que
era de carne y hueso. Lucía muy deprimida por la muerte de su amado, ya no quería seguir y se quejaba de que la gente la pellizcaba;
entonces dejó el Circo Barnum en 1884, pero no obstante a su tristeza, continuó por 6 años más las presentaciones de sus shows
en una compañía propia.
Con su muerte en 1890 comenzó a morir aquel concepto de exhibición de
monstruos y abortos naturales, en un estilo de “arte” propio de la época, que se ha ido evaporando a fuego lento
del reglamento de los circos, aunque no tanto del reglamento morboso de un público que sigue adorando lo cruel y lo prohibido.
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El Domingo 2 de Mayo de 1880
el pueblo de Sagua La Grande corrió al viejo Teatro Lazcano, situado en la calle Oriente entre Intendente Ramírez y Real Colón
(actualmente conocidas por: Libertadores entre Solís y Colón) para contemplar con gran asombro la extraña rareza que allí
se exhibía. Desde Estados Unidos había llegado Lucía Zárate Licona “La Mujer Más Pequeña Del Mundo”con la “Compañía
de Frank Uffner” (decían los anuncios por todas partes), con solo 50 centímetros de estatura y unas 4 libras y media
de peso; “bastaba una mano normal para que le sirviera de asiento”. Don Alberto Lazcano, propietario del teatro,
tuvo el privilegio de mostrar el espectáculo antes de que “el rey del circo norteamericano” P.T. Barnum la descubriera,
pues en los momentos que llegó a Sagua Mr. Uffner seguía siendo legalmente su apoderado artístico. Doña Lucía no era una típica
enana en el estricto sentido del término en el que solo las extremidades son muy pequeñas con relación a una cabeza y tronco
normales (Acondroplasia), sino más bien una perfecta mujer con correcta proporción corporal, lo cual la convertía en una “mujercita”
(Liliputiense) y no en una “enana”, caso curioso era que solo su nariz era del tamaño de una mujer normal. Los
sagüeros del siglo 19 tuvieron la oportunidad de contemplar esta inusual merced de la naturaleza. Lucía Zarate, nacida en
San Carlos, México, murió a los 26 años, el 27 de febrero de 1990 cuando el tren en que viajaba se atascó en la nieve y su
pequeño cuerpo no pudo resistir el frío.
Fue un caso que asombró al mundo científico de la época, pues nunca se
había observado una proporción tan exacta al cuerpo humano en miniaturas. Por
una cuestión de misterios cromosómicos, aún no resueltos, sus padres Don Fermín Zárate y Doña Tomasa Licona, que vivían en
las Lomas de San Rafael cerca de la barra de Chachalacas, México, engendraron dos criaturas, hembra y macho, con esta “malformación”
para la medicina, pero “buenformación” para el pensador que con ojo de buen artista ve en ellos a la escultura
perfecta, realizada a escala, o para el antropólogo que vería a una nueva raza humana. La ilusión que nos brinda la relatividad
desaparece cuando carecemos de comparación y así sucedía en este humilde hogar donde Lucía y su hermano Manuel tenían todos
los objetos a escala en su cuarto, lo cual eliminaba su condición o “malformación”. Pero, los temores comenzaban
cuando veían a su escala mayor escudriñando cada una de sus partes, aquel carón de ojos abotonados que los miraba con asombro
en el circo.
Durante la infancia la madre notaba que no crecían ni un milímetro con
relación a sus otros 4 que si llevaban un desarrollo normal. Por esto, siempre fueron del mismo tamaño y ella los acomodaba
en dos bolsillos que tenía su delantar para así poder realizar los quehaceres de la casa, y esa bolsa de canguro quedaron
toda la vida, de adultos inclusive por temor a que fuesen aplastados o atacados por cualquier animal.
El General Porfirio Díaz, Presidente de México, convenció a Don Fermín
de que sus hijos no eran motivo de risas o burlas, sino de admiración y asombro, recomendándolo con un alto empresario de
circos y exhibiciones llamado Frank Uffer, y a partir de aquel día comenzó la
fortuna para los Zárates que llegaron a ser muy ricos y compraron una enorme finca de 5 mil hectáreas a los descendientes
del General Don Antonio López de Santa Ana.
Los dos liliputienses gozaban mucho entre las funciones y el vagabundeo
de los carromatos, pero al morir Manuel, quedó muy desolada la pobre Lucía que ya no fue nunca más la misma, aunque siguió
presentándose por petición propia en escenarios americanos e incluso se enamoró de otro pequeño como ella que ya era muy famoso
en el mundo por la misma condición liliputiense, el conocido “General Mite”
que cuando conoció a Lucía, nunca más quizo separar su función de la de ella, cosa que aprovechó muy bien el inescrupulosamente
astuto Mr. Phineas Taylor Barnum (el rey de los circos americanos) para ponerlos a jugar cartas en una gran urna de cristal
donde los asombrados visitantes no podían creer lo que veían. Aquellas dos insólitas minicriaturas tomaban te, conversaban,
reían, hojeaban revistas y saludaban al públicos de vez en cuando.
Constituyéndose esta en la mejor atracción del circo, Barnum duplica
la fortuna de los Zárate para asegurarse de no perder esa joyita natural, le permitió tener a su familia y a un verdadero
batallón de sirvientes, ayudantes, una cocinera especial, y una traductora, entre otras comodidades, y Lucía vivía como reina
dentro del circo, pero al morir Mite, el empresario la saca de la cúpula para que la gente pudiera tocarla y comprobar que
era de carne y hueso. Lucía muy deprimida por la muerte de su amado, ya no quería seguir y se quejaba de que la gente la pellizcaba;
entonces dejó el Circo Barnum en 1884, pero no obstante a su tristeza, continuó por 6 años más las presentaciones de sus shows
en una compañía propia.
Con su muerte en 1890 comenzó a morir aquel concepto de exhibición de
monstruos y abortos naturales, en un estilo de “arte” propio de la época, que se ha ido evaporando a fuego lento
del reglamento de los circos, aunque no tanto del reglamento morboso de un público que sigue adorando lo cruel y lo prohibido.
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