______________________________________________________________________________________________________
Sucedió
durante aquella época republicana cuando florecía la aviación civil.
Juan y Lilo Yanes, los dueños del aeropuerto de
Sagua La Grande “Nuestra Señora de Loreto”, trajeron un avioncito de La Habana que tenía sus características propias
de vuelo, en lenguaje hípico se le diría “cerrero”. Los aviadores sagüeros le llamaban “Pepe El Manso”
aunque “de manso no tenía nada”.
En el aeropuerto de Sagua, los hermanos
Yanes acostumbraban a hacer vuelos particulares y en esta ocasión se presentó el señor Alberto Beguiristain, dueño del Alambique
“El Infierno” que deseaba ir a su casa de La Panchita en avioneta y así llegar lo más rápido posible evitando
la monotonía de la carretera por donde iría el resto de su familia.
Un gran terreno junto a su casita
les serviría perfectamente de pista de aterrizaje pues Don Alberto quería llegar “lo más cerca posible de su casa”,
y Juan Llanes le aseguró, que por la descipción que le había hecho "sobraba y bastaba, el terreno era lo bastante amplio como
para hacer de pista de aterrizaje.
Para este viaje tomó a “Pepe el Manso” que era la única
avioneta disponible en ese momento y salieron rumbo a Playa Panchita donde llegaron en pocos minutos, pero al descender sobre
el largo césped, el piloto notó como el suelo estaba resbaladizo pues había llovido el día anterior y para colmo los frenos
no estaban muy buenos.
Tratando de detener el aparato, la nariz se volcó contra el suelo y los tripulantes
horrorizados veían acercar a la casa a enorme velocidad sin que la nave dejara de patinar a través del colchón de hierba.
Aferrándose con fuerza a sus asientos esperaron el impacto final contra la casa,
pero después de varios obstáculos que golpearon las gomas y el fuselaje, ”el Pepe, muy mansamente” se detuvo a
pocos centímetros de la puerta de la cocina.
El silencio fue sepulcral; ninguno
de los dos tripulantes se atrevían a emitir frase alguna, hasta que por fin Juan mirando a su cliente le dice:
“Bueno
Don Alberto, más cerca de su gente no lo puedo dejar!”.